miércoles, 24 de septiembre de 2014

Insomnio.

Llevo más de dos horas en la cama.
Qué fácil debe ser dormir sin pesadillas.

Acostarte sin fantasmas.
Ni culpas.
Ni madres desdentadas pidiendo perdones.
Ni abuelos cancerígenos en ataúdes.
Ni familia náufraga en tierra firme.

Acostarte y roncar a los diez minutos.
Sin que te coman tus demonios.
Sin que te asalten fotografías borrosas.
Sin miedo al futuro.

Sin la sensación de un cuchillo en el cuello
y un calambre en el subconsciente.


Lander Bräu.

He comprado en un carrillo.
Delante de mí
un hombre se ha llevado dos latas de cerveza
y he pensado en mi madre.

Esas latas siempre me la recuerdan.
Lander Bräu, latas negras.

El techo de nuestro armario
era un cubo de basura con latas vacías de Lander Bräu
y tiras de Trankimazin arrugadas.
Las pastillas se las recetaba el psiquiatra.
Las cervezas se las daban los muchachos a través de las ventanas.
Y el dinero para ellas lo sacaba de mi hucha.

Escondí la hucha en muchos sitios:
dentro de un peluche, debajo de la cama, detrás de mis libros…
Ella siempre la encontraba y la vaciaba,
y yo me prometía que tenía que ser más lista la próxima vez.

Después de muchos fracasos
acerté con un escondite que nunca tuve que cambiar.                 


Deprisa.

Me dibuja porque sabe mirarme.

Dibuja en mi cuerpo
líneas sin sangre,
que duelen tarde
cuando estoy a cuatro patas.

Sumisa mi musa,
es mi misa que rezo de rodillas.
O boca arriba. O como diga.
Deprisa.

Rápido me corro
pero más rápido me tuvo rendida a sus pies.