He comprado en un carrillo.
Delante de mí
un hombre se ha llevado dos latas de cerveza
y he pensado en mi madre.
Esas latas siempre me la recuerdan.
Lander Bräu, latas negras.
El techo de nuestro armario
era un cubo de basura con latas vacías de Lander Bräu
y tiras de Trankimazin arrugadas.
Las pastillas se las recetaba el psiquiatra.
Las cervezas se las daban los muchachos a través de las
ventanas.
Y el dinero para ellas lo sacaba de mi hucha.
Escondí la hucha en muchos sitios:
dentro de un peluche, debajo de la cama, detrás de mis
libros…
Ella siempre la encontraba y la vaciaba,
y yo me prometía que tenía que ser más lista la próxima
vez.
Después de muchos fracasos
acerté con un escondite que nunca tuve que cambiar.
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